A medida que se van encendiendo todos los indicadores económicos que advierten de la desaceleración en marcha, se hace más perentorio su reconocimiento por parte del Gobierno. Sin embargo, el Ejecutivo no tiene reparos en usar La Moncloa como altavoz electoral desde el que ofrecer medidas demagógicas, imposibles de aplicar. Dichas políticas expansivas son probadamente incompatibles con el enfriamiento actual. Tampoco es una opción volver a las andadas de Zapatero y ocultar la realidad económica sin tomar medidas preventivas para paliar lo que viene.
Ayer el Instituto Nacional de Estadística corroboró la ralentización. El ritmo de crecimiento se ha debilitado bajando al 2% interanual, cifra que no se registraba desde hace un lustro. Preocupa especialmente que una de las causas sea que el consumo se haya resentido, pese a que la inflación ha marcado en septiembre el nivel más bajo en tres años. Y además sigue aumentando el ahorro de las familias, síntoma de que la bajada de tipos no está cumpliendo su cometido. Como colofón, la deuda pública marca un nuevo récord. El próximo Ejecutivo tendrá que afrontar, sin populismo y con unos Presupuestos acordes a la coyuntura, una reestructuración del sistema económico para hacerlo sostenible.
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